Cuento No. 24: "La guerrera Irei"

- No te dejes llevar por la melancolía Irei - dijo su madre.

Las hojas de los árboles adornaban el patio trasero de la casa en un otoño casual. Irei estaba triste por la partida de su amante Kuz a la guerra.

- No debes deprimirte, él estará bien - insistía la anciana progenitora.

Mientras tanto el perro Obborl jugaba con un pájaro sobre las hojas muertas de los árboles. El viento era cálido, y las dos mujeres trabajaban en un tapete encargado por el señor Muzerieto.

-¡ Vamos canta Irei !

Una tonada invadió el lugar, la vieja radio un poco desintonizada emitía las notas de una canción popular.

"Musa de oriente, musa de occidente,
deja tu rostro de flores amargas,
y vuelve a tu pesar de rosa golondrina,
y canta a tu lado, canta destrozado..."

Una canción que detestaba Irei, por eso puso mayor atención en el tejido, mientras que Obborl veía con pesar cómo se elevaba su compañero de juegos. La madre tarareaba la melodía, movía los pies y las manos, a Irei le dio susto, podría hacerse daño con las agujas.

El señor Muzerieto era inmensamente rico, la economía del lugar dependía de él. Compraba de todo, y no sólo para él sino para sus cuatro hijos y sus tres hijas también.

Kuz se había ido a la guerra hacía dos días, llevaba un rifle, una cantimplora, cartuchos, una manta, y dos latas de atún. Kuz era valiente, pero iba a la guerra para demostrar hombría, para demostrarse a sí mismo que era alguien.

Irei y Kuz se habían conocido en un baile, a él le encantaba la música y se había enamorado de Irei por la forma como se movía, por sus ritmos y sus ademanes. Se iban a casar a pesar de su juventud, ambos estaban enamorados.

Cuando las dos mujeres cosían, llegó Muzerieto, él era alto, y siempre vestía de traje y corbata.

-¿ Cómo va mi tapete? - preguntó él, divertido.

La madre de Irei no respondió nada, era inusual que los clientes preguntaran por un trabajo a medio hacer.

- Todo está bien señor Muzerieto - asintió la joven.

El hombre, de traje y corbata, percibió el malestar de la anciana, por eso tomó sus cosas y se marchó, se despidió con una leve reverencia.

Irei volvió a sus pensamientos, mientras Obborl se echaba a sus pies. ¿Dónde estaría Kuz? ¿Seguiría con vida? ¿La habría olvidado?

La madre de Irei trató de decirle algo a su hija, pero se contuvo, a cambio de esto prosiguió con el tejido.

-"¡Noticia de última hora!"- anunció la radio.- "¡La guerra ha acabado, los japoneses se han rendido!".

La joven no lo podía creer, su amado podría volver al hogar, ella bailó, jugó con Obborl, y sonrió. Su madre agradeció al cielo por la noticia, ahora su hija podría coser con más alegría.

FIN

Por Francisco Bermúdez Guerra.
Escrito el 29 de noviembre de 2.010.
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