Mi hermana era una bruja. Y lo digo literalmente, para que no hayan dudas. A mis amigos del colegio les producía miedo, fuera de sus atuendos extraños, y de sus gafas de vidrio de botella, ella tenía una extraña predisposición para producir eventos fuera de lo normal.
Ella era dos años mayor que yo, se llama Eugenia Parmenia, y de verdad que a mí a veces también me daba susto contemplarla. Un día en pleno salón de clases por allá en primaria, a Eugenia Parmenia se le ocurrió tomarle del pelo a la profesora, para eso, llevó un extraño frasco al salón, en el cual había un líquido espeso y de color morado. Ella abrió el frasco en plena clase, y del recipiente salió un olor nauseabundo que puso a todos a reír a carcajadas, incluso a la profesora. Según me dijo mi hermana horas más tarde, tuvieron que sacar a varias alumnas de los brazos ya que no resistieron reír más. La profesora tuvo que ser llevada al hospital porque de reír tanto le dolió el estómago, a la única que no le pasó nada fue a mi hermana, ya que según ella había tomado un antídoto contra el brebaje.
Así era ella, sin embargo, sus poderes extraños no los utilizaba únicamente para cometer picardías, también ayudaba a la gente o a los animales que en concepto de ella lo necesitaran. Por ejemplo, recogía perritos heridos de la calle y los curaba, les daba extrañas monedas de oro a mendigos ancianos, o simplemente ayudaba a estudiar a sus compañeras menos avanzadas en el colegio.
Mi hermana era extraña, estudiaba en un colegio femenino, de monjas, pero se las arreglaba para vestirse y peinarse estrambóticamente. Las profesoras y la rectora la estimaban por su elevada inteligencia y por su compañerismo, a pesar de sus atuendos y de su conducta.
Eugenia Parmenia tenía sin embargo un defecto, y era su indiferencia hacia mí. Jamás pudimos tener una buena relación, aunque yo la quería. Simplemente hacía su vida sin tenerme en cuenta, tal vez porque yo le parecía muy normal.
Con el tiempo las cosas fueron peores, ella se alejaba de mí cada día más. Mis compañeros, como ya dije, le tenían pánico porque sabían de sus poderes. Yo empecé a tenerle pesar, porque sabía que la rodeaba la soledad por sentirse diferente a los demás.
Cuando crecimos, Eugenia Parmenia no fue a la universidad, se retiró a vivir en un pueblo alejado de la ciudad. Yo sí ingresé a estudiar Periodismo.
Al pasar los años me olvidé de mi hermana, la recordaba como un personaje excéntrico y casi mitológico de mi infancia, no sabía si ella era fruto de imaginación o si sus raros trucos habían ocurrido o no.
Al acabar mi carrera y empezar a trabajar en un periódico amarillista, supe de un extraño evento que había ocurrido en un pueblo, se trataba de una supuesta bruja que había curado a una persona de un cáncer terminal. Por casualidad el periódico me mandó a cubrir la noticia. Para sorpresa mía, la bruja curandera era mi hermana.
Vivía en una casa muy humilde y pequeña, pero no era una casa fea o mal arreglada. Como siempre, estaba sola, únicamente acompañada por un montón de perros que había agarrado en la calle.
Ella no me reconoció (en apariencia) y yo no me presenté para seguirle el juego, le hice una entrevista muy simple, le pregunté por la enferma, por sus poderes curativos, pero como siempre, ella se reía y decía que era sólo cuestión de creer o de no creer y ya.
Cuando me iba a ir Eugenia Parmenia me dijo que dejara de hacerme el bobo, que ella sabía quién era yo. Le pregunté si se acordaba de mí, ella dijo que era imposible no recordar mis ojos y mi sonrisa a pesar de no habernos visto en mucho tiempo. Le di un abrazo como jamás se lo había dado, y me preguntó por nuestros padres.
Cuando regresé al periódico dije que la bruja era un fraude, y que simplemente era asunto de autosugestión de las personas. Jamás volví a saber nada de mi hermana, porque nuevamente volvió a desaparecer, yo la busqué por muchos lugares pero fue inútil, se había esfumado completamente.
Mis padres la extrañaban mucho, y yo volví a pensar que Eugenia Parmenia era una invención de mi mente, que era un mito, o un recuerdo modificado por mi imaginación.
Nuestra relación fue lejana, fría, pero a través del silencio fuimos hermanos muy cariñosos “a distancia”.
Años después una de mis hijas empezó a tener el mismo temperamento de Eugenia Parmenia, y las mismas inclinaciones hacia lo estrambótico, gracias a haber vivido con mi hermana pude entender a mi hija.
Eugenia Parmenia sin estar presente logró otro hecho milagroso, y fue darme la habilidad para educar a mi hija, para entenderla, y para no hacerla sentir extraña como sí le ocurrió a mi hermana en su infancia.
FIN
Ella era dos años mayor que yo, se llama Eugenia Parmenia, y de verdad que a mí a veces también me daba susto contemplarla. Un día en pleno salón de clases por allá en primaria, a Eugenia Parmenia se le ocurrió tomarle del pelo a la profesora, para eso, llevó un extraño frasco al salón, en el cual había un líquido espeso y de color morado. Ella abrió el frasco en plena clase, y del recipiente salió un olor nauseabundo que puso a todos a reír a carcajadas, incluso a la profesora. Según me dijo mi hermana horas más tarde, tuvieron que sacar a varias alumnas de los brazos ya que no resistieron reír más. La profesora tuvo que ser llevada al hospital porque de reír tanto le dolió el estómago, a la única que no le pasó nada fue a mi hermana, ya que según ella había tomado un antídoto contra el brebaje.
Así era ella, sin embargo, sus poderes extraños no los utilizaba únicamente para cometer picardías, también ayudaba a la gente o a los animales que en concepto de ella lo necesitaran. Por ejemplo, recogía perritos heridos de la calle y los curaba, les daba extrañas monedas de oro a mendigos ancianos, o simplemente ayudaba a estudiar a sus compañeras menos avanzadas en el colegio.
Mi hermana era extraña, estudiaba en un colegio femenino, de monjas, pero se las arreglaba para vestirse y peinarse estrambóticamente. Las profesoras y la rectora la estimaban por su elevada inteligencia y por su compañerismo, a pesar de sus atuendos y de su conducta.
Eugenia Parmenia tenía sin embargo un defecto, y era su indiferencia hacia mí. Jamás pudimos tener una buena relación, aunque yo la quería. Simplemente hacía su vida sin tenerme en cuenta, tal vez porque yo le parecía muy normal.
Con el tiempo las cosas fueron peores, ella se alejaba de mí cada día más. Mis compañeros, como ya dije, le tenían pánico porque sabían de sus poderes. Yo empecé a tenerle pesar, porque sabía que la rodeaba la soledad por sentirse diferente a los demás.
Cuando crecimos, Eugenia Parmenia no fue a la universidad, se retiró a vivir en un pueblo alejado de la ciudad. Yo sí ingresé a estudiar Periodismo.
Al pasar los años me olvidé de mi hermana, la recordaba como un personaje excéntrico y casi mitológico de mi infancia, no sabía si ella era fruto de imaginación o si sus raros trucos habían ocurrido o no.
Al acabar mi carrera y empezar a trabajar en un periódico amarillista, supe de un extraño evento que había ocurrido en un pueblo, se trataba de una supuesta bruja que había curado a una persona de un cáncer terminal. Por casualidad el periódico me mandó a cubrir la noticia. Para sorpresa mía, la bruja curandera era mi hermana.
Vivía en una casa muy humilde y pequeña, pero no era una casa fea o mal arreglada. Como siempre, estaba sola, únicamente acompañada por un montón de perros que había agarrado en la calle.
Ella no me reconoció (en apariencia) y yo no me presenté para seguirle el juego, le hice una entrevista muy simple, le pregunté por la enferma, por sus poderes curativos, pero como siempre, ella se reía y decía que era sólo cuestión de creer o de no creer y ya.
Cuando me iba a ir Eugenia Parmenia me dijo que dejara de hacerme el bobo, que ella sabía quién era yo. Le pregunté si se acordaba de mí, ella dijo que era imposible no recordar mis ojos y mi sonrisa a pesar de no habernos visto en mucho tiempo. Le di un abrazo como jamás se lo había dado, y me preguntó por nuestros padres.
Cuando regresé al periódico dije que la bruja era un fraude, y que simplemente era asunto de autosugestión de las personas. Jamás volví a saber nada de mi hermana, porque nuevamente volvió a desaparecer, yo la busqué por muchos lugares pero fue inútil, se había esfumado completamente.
Mis padres la extrañaban mucho, y yo volví a pensar que Eugenia Parmenia era una invención de mi mente, que era un mito, o un recuerdo modificado por mi imaginación.
Nuestra relación fue lejana, fría, pero a través del silencio fuimos hermanos muy cariñosos “a distancia”.
Años después una de mis hijas empezó a tener el mismo temperamento de Eugenia Parmenia, y las mismas inclinaciones hacia lo estrambótico, gracias a haber vivido con mi hermana pude entender a mi hija.
Eugenia Parmenia sin estar presente logró otro hecho milagroso, y fue darme la habilidad para educar a mi hija, para entenderla, y para no hacerla sentir extraña como sí le ocurrió a mi hermana en su infancia.
FIN
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