Cuento No. 21: "El guerrero Fendeira"

Al salir de una heladería recibió un disparo en el pecho. Fendeira no alcanzó a sacar su revólver, cuando una ráfaga atravesó su camisa y su cuerpo. Oyó otros disparos, sus guardaespaldas habían reaccionado. Sin embargo, Fendeira perdió el conocimiento.

Se despertó en una clínica, su esposa le apretaba una mano. Los médicos le dijeron que estaba vivo de milagro. Llevaba muchos años como policía, ahora tenía un alto cargo, pero su trabajo era peligroso. 

Fendeira permaneció dos meses en el hospital, a prendió a jugar ajedrez, y su esposa le llevaba peras y fresas. Los médicos le advirtieron sobre la gravedad de sus heridas. Una bala le había rozado el corazón, y otra se había alojado en el hombro izquierdo.

Al salir de la clínica Fendeira volvió a su casa, y fue notificado de su retiro de la Policía. El anuncio lo tomó por sorpresa, pero era normal, su vida corría peligro.   

Fue recibido en Austria, como un ex policía, pero tampoco era diplomático, no quiso un nombramiento de ese estilo. Viena era una ciudad que se podía conocer en un día. El guerrero leyó todos los libros que pudo, jugó innumerables partidas de ajedrez, y compró todos los discos de Mozart.

Su esposa había escogido Austria, era un país tranquilo, no muy poblado, y muy bonito. Sus dos hijos entraron a estudiar en un colegio muy exclusivo de Viena.

El guerrero Fendeira entró en un severo aburrimiento, su vida eran las calles, perseguir maleantes, atender tiroteos. Así que volvió a su país, a su ciudad, donde lo habían herido. El sabía que quien lo había mandado matar era un famoso hampón llamado Enrique. El hampón solía robar tiendas y joyerías, de hecho, su banda se especializaba en eso.

Fendeira decidió buscar a Enrique, y lo encontró. Sentado cómodamente en una peluquería, haciéndose la manicure.

- ¡Coronel! ¡Qué gusto verlo!- dijo Enrique al ver que Fendeira entraba.

El guerrero se aproximó a Enrique, se alzó una camiseta que llevaba, y le mostró las dos cicatrices que había en su pecho.

El hampón sin conmoverse desvió la mirada hacia la manicurista.

Fendeira se acomodó en una silla y sacó su revólver. Lo puso entre las piernas.

Enrique dibujó una sonrisa tímida en sus labios. La manicurista le dijo al guerrero: "Señor guarde esa arma por favor".

Fendeira hizo caso omiso de las palabras de la mujer, a cambio de eso, se acercó con el arma hasta muy cerca de donde estaba Enrique.

El hampón impertérrito sonrió sin disimular. La manicurista se paró de su silla, y fue a buscar un teléfono.

- Si me mata acá se va para la cárcel - dijo Enrique.

- No me importa.

La manicurista llamó a la policía. No se acercó a los dos hombres.

En ese momento entraron dos secuaces de Enrique, uno era rubio y de baja estatura, el otro era de cabello negro muy largo. Apuntaron sus armas contra Fendeira.

- ¡Tranquilos muchachos, no pasa nada! - dijo Enrique. Sin embargo, los dos hombres no bajaron sus armas.

- ¡Si quieren pelear háganlo afuera! - gritó la manicurista,

Fendeira acercó el arma hasta ponerla al frente del rostro de Enrique.

- Ahora te crees muy macho, pero huiste - dijo Enrique.

- Pero volví para joderte.

La manicurista salió del lugar, y corrió.

Los dos secuaces de Enrique se acercaron hasta Fendeira, no dejaban de mirarlo.

A la distancia se escuchó una sirena, Fendeira apretó el gatillo y Enrique cayó al suelo.

Los hampones dispararon contra Fendeira, quien también cayó al suelo.

Al tratar de huir, los secuaces de Enrique fueron arrestados. La manicurista desapareció. El guerrero Fendeira murió en ese momento, como Enrique.

FIN

Por Francisco Bermúdez Guerra
Escrito el 27 de octubre de 2.010.
Todo lo anterior es ficción, cualquier parecido con la realidad es coincidencia.
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