Ese día el despertador sonó a las cinco en punto de la mañana. Bobi, mi perro pastor alemán, quería seguir durmiendo. Prendí la radio, era jazz. Una ducha caliente logró que perdiera el poco sueño que todavía tenía. Traje, corbata, zapatos de cuero negros. Bajé del quinto piso donde vivía hasta la calle, tomé un taxi. No había mucho tráfico, el conductor no decía palabra, era un poco huraño.
Nadie llegaba a las seis y media de la mañana a trabajar, pero yo era el jefe, yo debía poner el ejemplo. Varias cartas por firmar, varios e-mails por enviar, muchos informes por leer. Mi oficina estaba ubicada en el piso veinte, tenía una hermosa vista de la ciudad desde allí.
Me serví un café en una máquina que habían puesto el día anterior, me supo raro. Volví al trabajo, dos horas estuve solo en todo el piso. A las nueve, había un enjambre de secretarias, auxiliares, analistas, mensajeros, clientes, ejecutivos. Patricia Milena, mi secretaria, me saludaba con otro café en la mano, ése me supo mejor. Varias citas, entrevistas, llamadas telefónicas, correos electrónicos.
Mi mejor amigo, que trabajaba en la torre de al lado, me invitó a almorzar. Cenamos mariscos, tomamos un whisky. El me habló de su matrimonio, de sus tres hijos, de lo caras que eran las matrículas del colegio, también se quejó de su jefe, y del estado de la bolsa de valores.
Volví al trabajo, sentí sueño, quería ir a mi cama pero no podía. Leí unos e-mails que me enviaron con chistes, y una cadena con fotos de paisajes. Patricia Milena entró con el café de la tarde, miré sus piernas como siempre lo hacía por las tardes. Pensé en invitar a mi secretaria a tomar algo después del trabajo, pero me arrepentí.
Más informes por leer, más clientes por atender. A las cinco de la tarde miré nuevamente la ciudad, era miércoles, ¿por qué no sería viernes de una vez por todas? Patricia Milena se despidió de mí, por un momento intenté proponerle que fuéramos a comer, pero nuevamente me arrepentí, y se fue.
Otra vez el piso solo. Ya no quedó nadie. Trabajé hasta las ocho. Bajé y tomé un taxi, el conductor era más amigable, y volví a mi casa. Bobi me saludó efusivamente, me batía la cola, y me ladraba porque quería comer. Entré a la cama, y el sueño me invadió. Soñé que no hacía nada, que vivía en el campo con mi perro, que pescaba, que sembraba maíz, pero.... a las cinco volvió a sonar ese aparato.
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