Ernesto Antonio era millonario. Vivía en un pueblo llamado Court-Yevein, allí todos lo amaban porque era muy amable con todas las personas. Sin embargo, Ernesto Antonio un día decidió regalar todo su dinero, porque quería vivir como las personas comunes y corrientes. Se le ocurrió un concurso para entregar la fortuna. La persona que hiciera la obra de arte más bonita recibiría todas las riquezas del millonario.
A la mansión de Ernesto Antonio empezaron a llegar pintores, escritores, poetas, músicos, artesanos, escultores y todo tipo de individuos con supuestamente talento artístico.
El millonario los veía a todos en su casa, desde muy temprano en la sala desfilaban personas de todas las edades, hombres y mujeres, blancos y morenos, todos querían la fortuna.
Un hombre de avanzada edad recitó un poema muy largo, que había sido compuesto por él mismo, a Ernesto Antonio le agradó pero no alcanzó a conmoverlo tanto como para declararlo el ganador. Y así pasaron los días, las semanas y los años, muchas canciones, muchas pinturas, muchas esculturas, pero nadie lograba ganar, poco a poco la gente comenzó a pensar que el millonario no quería entregar la fortuna, y que simplemente les estaba jugando una broma, por eso dejaron de asistir a la mansión para ofrecerle todo tipo de creaciones artísticas.
En los primeros días del concurso asistían miles de personas por día a la mansión de Ernesto Antonio, con los meses pasaron a ser cientos, y después de varios años no asistía sino uno que otro, pero igualmente eran rechazados.
El millonario no había podido entregar su riqueza, y eso lo llenó de melancolía, había sido testigo de hermosas obras artísticas pero ninguna se había ganado el premio en su concepto. Desesperado por esta situación decidió un día disfrazarse, y salir al mundo de incógnito.
Nadie lo reconoció porque se disfrazó de mujer. Por las calles de varias ciudades y pueblos estuvo andando, conoció mucha gente buena y mucha gente mala, pero no encontró la obra de arte que lo deslumbrara, así que volvió a su casa mucho más deprimido.
Ernesto Antonio pensó que tal vez él había sido muy exigente con las obras de arte que le habían mostrado, pero después pensó que no había sido así, ya que ninguna lo logró conmover hasta lo más profundo de su alma.
Después de haber transcurrido diez años desde que empezara el concurso, Ernesto Antonio cayó gravemente enfermo, y sus médicos no le dieron mucho tiempo de vida, así que decidió cumplir con su promesa, y regaló toda su fortuna a un pintor del pueblo de Court-Yevein, que en concepto Ernesto Antonio, había sido el artista que más cerca había estado de conmoverlo. Paseó por las calles de la población sin un centavo, y se quedaba en una casa distinta cada noche.
A pesar de su enfermedad, Ernesto Antonio empezó a ver la vida con otros ojos, los colores eran más intensos, la música le sonaba distinto, y hasta la comida tenía otro sabor. Un día se hospedó en la casa del anciano que le había recitado aquel extenso poema, y pidió que volvieran a leerle la composición, el anciano lo hizo con cierto desgano porque ya no había concurso ni fortuna para ganar. Después de escuchar la composición Ernesto Antonio lloró de emoción, y se preguntó por qué no le había dado el premio al anciano. Después se hospedó en otras casas, donde le volvieron a mostrar algunas de las obras de arte que habían concursado, y todas le parecieron maravillosas, y se conmovió con todas.
Ernesto Antonio poco antes de fallecer se dio cuenta que no le habían gustado las obras de arte cuando era rico no por ellas sino por él, e inmediatamente fue feliz.
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