Después de dormir unas horas al lado de Martha, tomé una gaseosa que estaba en la nevera. Eran como las dos de la mañana, ella permaneció semidesnuda sobre la cama, su cabello negro hacía juego con su rostro, su bello rostro. Ella estaba boca abajo pero su cara se dirigía ligeramente hacía mí. El apartamento era pequeño, la cocina daba a la única habitación por una abertura. Yo miraba a Martha por esa abertura, la veía dormir, una luz penetraba por la ventana e iluminaba su cuerpo.
El líquido estaba muy frío, pero me refrescó. De hecho, en ese apartamento el calor era intenso. Martha no era mi novia, ni mi esposa; ella era mi mejor amiga, me sentí extraño al pensar en eso.
Jamás tuve algo romántico con ella, ni siquiera un beso apasionado, y menos un abrazo muy cordial. De hecho, mi relación con mi mejor amiga era distante en lo físico, y fría en lo sentimental, era casi una relación mental.
Esa noche ella y yo habíamos sido invitados a la fiesta de cumpleaños de un compañero de trabajo de Martha. Yo no fui convidado directamente, si somos sinceros, pero mi amiga quiso que la acompañara. Era una reunión pequeña, de siete u ocho personas, en una casa muy grande.
El compañero de trabajo de Martha, en realidad, era su jefe; un tipo alto de gafas con refinados modales. Él le daba un trato inusualmente especial. Los otros cinco invitados eran primas y primos del anfitrión.
Allí oí hablar durante toda la reunión de vacaciones en Madrid, de compras en Miami, de comer sushi en un restaurante de moda, y de otros asuntos por el estilo. Mi acompañante detestaba esas conversaciones, como yo; los dos sonreíamos, pero en nuestros ánimos había aburrimiento.
El jefe de Martha nos ofreció una copa de vino, pero tanto ella como yo la rechazamos, para no entrar en un estado más frenético.
Mi amiga estaba realmente incómoda, la fiesta le desesperó; adicionalmente su galán había entrado en la etapa del coqueteo directo.
Ella decidió en un momento inesperado darme un beso en la boca. Me sorprendió. La concurrencia no prestó mucha atención al hecho, pero el admirador de Martha sí.
El beso duró tres o cuatro segundos, llegó a incomodarme, aunque después sentí placer y culpa.
El anfitrión al parecer montó en cólera silenciosa, peleó con una de sus primas por un hecho insignificante: ella fumaba. La señora dijo que el jefe de Martha jamás se había molestado por eso.
Mi amiga sonrió sin que los demás lo notaran. Había logrado espantar a su pretendiente. Me sentí utilizado. Tuve la duda de si lo sucedido era para darle celos al sujeto, o era para destruir sus esperanzas por completo.
La reunión finalizó allí para nosotros, nos despedimos de los primos del jefe de Martha, y de él, aunque no fue muy efusivo a decir verdad.
En el automóvil mi amiga sonrió otra vez. Había gozado con lo ocurrido. Yo conducía, ella trató de dormir, o fingió dormir para no hablarme.
Las calles de la ciudad estaban desiertas. Sintonicé la radio en una emisora que transmitía música en inglés. Pensé en el beso, y aunque sabía que era una farsa, supe que algo complejo había sucedido.
- Vamos a tu apartamento – manifestó medio dormida.
Martha vivía cerca de mi casa, pensé en la razón de este deseo.
En el colegio nos habíamos conocido, estudiábamos juntos para los exámenes; y aunque posteriormente habíamos ingresado a diferentes universidades, la intensidad de nuestra amistad no disminuyó. Nuestra relación era intelectual.
En mi mente repasé la imagen que tenía yo de ella, de su largo y rizado cabello negro, de su piel bronceada por el sol, de sus ojos verdes, y en general de su cuerpo que era hermoso. Jamás había hecho ese ejercicio.
- Te llevo a tu casa – dije con firmeza.
- No quiero estar sola esta noche – afirmó como pidiendo un favor.
Yo sabía que Martha era atractiva, pero siempre había eludido esa realidad, incluso alejaba cualquier pensamiento sobre eso.
Al llegar a mi apartamento prendí la televisión, coloqué un disco en el equipo de sonido, y le ofrecí algo de comer a mi acompañante. Ella comió un pedazo de jamón con gusto.
Después se sentó en la cama, deduje que quería dormir. Yo me preparé para quedarme en el sofá, como siempre ocurría cuando ella se quedaba allí.
- ¿Quieres tomar algo? – le pregunté antes de acostarme.
Ella dijo que no quería beber nada. Colocó sus zapatos en el suelo, luego se acomodó para ver la televisión.
Me acosté en el sofá. El sueño me estaba atrapando. Unos minutos más tarde, con los ojos medio cerrados, observé a mi amiga desvestirse hasta quedar en ropa interior.
- Puedes dormir acá, hay espacio – dijo Martha.
No le contesté, preferí que pensara que me había dormido.
- ¡No, ven y te duermes acá! – insistió.
- No te preocupes, me gusta dormir en el sofá.
- No seas tonto, allí es bien incómodo dormir, y te vas a helar.
Imaginé que me estaba jugando una broma, ella hacía ese tipo de jueguitos a veces.
- ¡Me voy! – dijo poniéndose de pie.
Fue entonces cuando decidí ir junto a ella, en la cama. Me acosté en el lado opuesto sin mirarla.
- ¿Te gustó? – preguntó en voz baja.
- ¿Qué me gustó?
- El beso, tonto.
- No me vuelvas a decir tonto.
- Disculpa, ¿pero te gustó o no?
- La verdad, no – quería finalizar la conversación, jamás habíamos ingresado en ese campo.
- Estoy segura que sí.
- Mira Martha estoy cansado, ¿por qué no te duermes? – después de decir esto, ella se calló.
Unos minutos más tarde sentí su respiración muy cerca.
- Estoy segura que te emocionaste Javier – lo dijo casi como un suspiro, a pocos centímetros de mi oreja derecha.
Ella volteó su cuerpo al lado derecho. Traté de detener todas mis percepciones internas, yo también me volví hacia ella, la abracé, y Martha apretó mis manos.
FIN
El líquido estaba muy frío, pero me refrescó. De hecho, en ese apartamento el calor era intenso. Martha no era mi novia, ni mi esposa; ella era mi mejor amiga, me sentí extraño al pensar en eso.
Jamás tuve algo romántico con ella, ni siquiera un beso apasionado, y menos un abrazo muy cordial. De hecho, mi relación con mi mejor amiga era distante en lo físico, y fría en lo sentimental, era casi una relación mental.
Esa noche ella y yo habíamos sido invitados a la fiesta de cumpleaños de un compañero de trabajo de Martha. Yo no fui convidado directamente, si somos sinceros, pero mi amiga quiso que la acompañara. Era una reunión pequeña, de siete u ocho personas, en una casa muy grande.
El compañero de trabajo de Martha, en realidad, era su jefe; un tipo alto de gafas con refinados modales. Él le daba un trato inusualmente especial. Los otros cinco invitados eran primas y primos del anfitrión.
Allí oí hablar durante toda la reunión de vacaciones en Madrid, de compras en Miami, de comer sushi en un restaurante de moda, y de otros asuntos por el estilo. Mi acompañante detestaba esas conversaciones, como yo; los dos sonreíamos, pero en nuestros ánimos había aburrimiento.
El jefe de Martha nos ofreció una copa de vino, pero tanto ella como yo la rechazamos, para no entrar en un estado más frenético.
Mi amiga estaba realmente incómoda, la fiesta le desesperó; adicionalmente su galán había entrado en la etapa del coqueteo directo.
Ella decidió en un momento inesperado darme un beso en la boca. Me sorprendió. La concurrencia no prestó mucha atención al hecho, pero el admirador de Martha sí.
El beso duró tres o cuatro segundos, llegó a incomodarme, aunque después sentí placer y culpa.
El anfitrión al parecer montó en cólera silenciosa, peleó con una de sus primas por un hecho insignificante: ella fumaba. La señora dijo que el jefe de Martha jamás se había molestado por eso.
Mi amiga sonrió sin que los demás lo notaran. Había logrado espantar a su pretendiente. Me sentí utilizado. Tuve la duda de si lo sucedido era para darle celos al sujeto, o era para destruir sus esperanzas por completo.
La reunión finalizó allí para nosotros, nos despedimos de los primos del jefe de Martha, y de él, aunque no fue muy efusivo a decir verdad.
En el automóvil mi amiga sonrió otra vez. Había gozado con lo ocurrido. Yo conducía, ella trató de dormir, o fingió dormir para no hablarme.
Las calles de la ciudad estaban desiertas. Sintonicé la radio en una emisora que transmitía música en inglés. Pensé en el beso, y aunque sabía que era una farsa, supe que algo complejo había sucedido.
- Vamos a tu apartamento – manifestó medio dormida.
Martha vivía cerca de mi casa, pensé en la razón de este deseo.
En el colegio nos habíamos conocido, estudiábamos juntos para los exámenes; y aunque posteriormente habíamos ingresado a diferentes universidades, la intensidad de nuestra amistad no disminuyó. Nuestra relación era intelectual.
En mi mente repasé la imagen que tenía yo de ella, de su largo y rizado cabello negro, de su piel bronceada por el sol, de sus ojos verdes, y en general de su cuerpo que era hermoso. Jamás había hecho ese ejercicio.
- Te llevo a tu casa – dije con firmeza.
- No quiero estar sola esta noche – afirmó como pidiendo un favor.
Yo sabía que Martha era atractiva, pero siempre había eludido esa realidad, incluso alejaba cualquier pensamiento sobre eso.
Al llegar a mi apartamento prendí la televisión, coloqué un disco en el equipo de sonido, y le ofrecí algo de comer a mi acompañante. Ella comió un pedazo de jamón con gusto.
Después se sentó en la cama, deduje que quería dormir. Yo me preparé para quedarme en el sofá, como siempre ocurría cuando ella se quedaba allí.
- ¿Quieres tomar algo? – le pregunté antes de acostarme.
Ella dijo que no quería beber nada. Colocó sus zapatos en el suelo, luego se acomodó para ver la televisión.
Me acosté en el sofá. El sueño me estaba atrapando. Unos minutos más tarde, con los ojos medio cerrados, observé a mi amiga desvestirse hasta quedar en ropa interior.
- Puedes dormir acá, hay espacio – dijo Martha.
No le contesté, preferí que pensara que me había dormido.
- ¡No, ven y te duermes acá! – insistió.
- No te preocupes, me gusta dormir en el sofá.
- No seas tonto, allí es bien incómodo dormir, y te vas a helar.
Imaginé que me estaba jugando una broma, ella hacía ese tipo de jueguitos a veces.
- ¡Me voy! – dijo poniéndose de pie.
Fue entonces cuando decidí ir junto a ella, en la cama. Me acosté en el lado opuesto sin mirarla.
- ¿Te gustó? – preguntó en voz baja.
- ¿Qué me gustó?
- El beso, tonto.
- No me vuelvas a decir tonto.
- Disculpa, ¿pero te gustó o no?
- La verdad, no – quería finalizar la conversación, jamás habíamos ingresado en ese campo.
- Estoy segura que sí.
- Mira Martha estoy cansado, ¿por qué no te duermes? – después de decir esto, ella se calló.
Unos minutos más tarde sentí su respiración muy cerca.
- Estoy segura que te emocionaste Javier – lo dijo casi como un suspiro, a pocos centímetros de mi oreja derecha.
Ella volteó su cuerpo al lado derecho. Traté de detener todas mis percepciones internas, yo también me volví hacia ella, la abracé, y Martha apretó mis manos.
FIN
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