En un castillo vivía un rey. El castillo era inmenso, y había sido construido en treinta años. El rey era un letrado, leyó muchos libros a lo largo de su vida. Sin embargo, ninguno de sus cuatro hijos heredó la cultura de su padre. Eran unos rufianes que se le peleaban por heredar el reino y sus riquezas. El rey tuvo un hijo con una de las sirvientas del castillo, de manera clandestina. El hijo se llamó Duerbii. El rey ocultó a su hijo ilegítimo con unos soldados, ellos fueron quienes lo criaron. Al morir el rey, los cuatro hijos rufianes desmembraron el reino y se repartieron las tierras. El castillo le fue concedido al hijo mayor, pero también le correspondieron menos tierras.
Duerbii, al convertirse en un joven adolescente, y por haber crecido entre soldados, llegó a ser un fiero guerrero. El nuevo monarca del inmenso castillo lo nombró su guardia de protección personal, sin saber la relación que los unía.
El rey era corrupto, y el castillo se llenó de jugadores, prostitutas, y borrachos. Duerbii no soportó ver la decadencia del reino, y prefirió partir hacia una isla llamada Thatigruten.
Después de varios meses de viaje, Duerbii llegó a la isla. Se sorprendió al ver las enormes construcciones que había en el lugar. El rey de la isla era muy gordo, vestía una túnicas de colores exhuberantes. Inmediatamente se hizo amigo de Duerbii, y lo nombró protector de Thatigruten.
Duerbii se casó con una de la hijas del rey, y al morir éste se convirtió en el nuevo monarca de la isla.
Thatigruten prosperó, y sus soldados tuvieron la mjor formación. Los cuatro reyes corruptos se enfrentaron entre sí, y se autodestruyeron. Duerbii aprovechó que esas tierras se habían quedado sin dueño y sin conducción, por eso decidió invadirlas con su ejército. De esa forma Duerbii se convirtió en el monarca más poderoso por aquellos tiempos.
Fin
Por Francisco Bermúdez Guerra.
Escrito el 15 de octubre de 2.010.
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